Romance del muerto bienamado

Virginia

virmurcia

Romance recogido en el libro Ramo de Romances y Baladas, de Agustín García Calvo, proporciado por Isabel Escudero y ahora musicado e interpretado por Virginia.

Romance del muerto bienamado

 

Albana de quince abriles,
Albana desventurada:
al primer baile que ha ido,
ha salido enamorada,
laila laila.

El primer hombre que el talle
le ha cogido con sus manos,
de él se ha quedado prendada,
y ya no puede olvidarlo,
lailo lo.

Día a día palidece,
noche a noche va llorando;
ni sabe lo que le pasa
ni a nadie puede contarlo,
láralo laro.

Al fin, su madre la Irina,
por sonsacarla, le dice:
«¿Oyes, hija, cómo aúllan
esta noche los mastines?»,
lírele lire.

«No son los mastines, madre,
que es el maestre Felibre,
que me ronda suspirando,
y yo me muero de oírle»,
lírele lire.

«Si es el mestre Felibre,
no es nadie para rondarte.»
«Solo a él puedo quererle:
solo a él le quiero, madre»,
lárale lare.

«Si solo a él puedes quererle,
yo mandaré que le maten.»
«No le mande matar, madre,
que a mí la muerte me trae»,
lárale lare.

Esbirros manda la Irina
a la busca del maestre,
lo sigan por las callejas,
por las esquinas lo acechen,
lérele lere.

Lo han encontrado en el huerto
del Potentado, y le meten
diecisiete puñaladas,
que la menor es de muerte,
lérele lere.

Al huerto ha bajado Albana,
y halla a su amor ya finado.
A peso en brazos lo toma,
lo esconde entre los naranjos,
láralo laro.

Siete años lo tuvo muerto
bajo cueva de rosales,
lo lavaba y lo peinaba
como para ir a la calle,
lárale lare.

Y le lavaba la boca
con agua linda de azahares,
para que no oliera a muerto
cuando ella fuera a besarle,
lárale lare.

Cada domingo del año
la camisa le mudaba,
al ir a mudarlo un día,
Domingo grande de Páscua,
lárale lara,

ha notado entra las manos
que se le descoyuntaba.
«¡Ay mi amor, que se me ha muerto!,
¡Ay mi amor, que se me acaba!
lárale lara.

¿A quién contaré mi mal?
¿A quién diré que me ayude?
No querrán padre ni madre
que el caso se les denuncie,
lúrele lure,

y yo, ya para enterrarlo,
no tengo fuerzas ni luces.
Pediré a mi tío el monje
que en secreto lo sepulte,
lúrele lure.

Tío, si por caridad
quiere enterrarme este muerto:
me lo mataron y ahora
ya no quiere estarse entero»,
lérelo lero.

«Te lo enterraré con gusto,
sólo que me des un beso.»
«Un beso que yo le diera,
le sabrá a podre el aliento»,
lérelo lero.

Ya lo bajan a la fosa,
«Adiós, amor. Adiós, vida.
Vendré a tu lado a cuidarte
antes de los cinco días»,
lírali lira.

Pasa un día, pasan dos,
Albana se amortecía.
Pasan tres, pasan cuatro,
el alma se le moría,
lírali lira.

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