Disolución del Alma
Psicoanálisis Público
Que el yo no soy yo, Madrid, 2000
Que no se sabe quién soy yo, Valladolid, 1999
Yo no soy ése, Zamora, 1997
Entrevista en Carta Psicoanalítica nº 10, 2007
La aparición y reaparición del Pueblo es llamativa a lo largo de toda su obra, sin querer incurrir en la torpeza de establecer principios del mismo, ¿qué tipo de relación puede existir o existe entre Pueblo y Realidad – Pueblo e Inconsciente?
Aparece y reaparece pueblo-que-no-existe (pues no puede menos de surgir a través de y a pesar de mí algo que en mí queda de pueblo-que-no-existe), lo cual lo contrapone claramente a los que sí existen (personas, conjuntos de personas) y lo libera así de la sumisión y condena a la existencia o realidad, los trucos mortíferos que se inventaron en las escuelas para Dios y siguen condenando a muerte (a futuro) lo que en la gente sigue vivo. El descubrimiento simple, al que tanto cuesta llegar, es éste: que la realidad no es todo lo que hay. Tanto en la política de los políticos como en el psicoanálisis vulgarizado, el manejo sometedor consiste en confundir pueblo-que-no-existe (pero lo hay, y por eso vive y se rebela) con conjuntos de personas, hasta nacionales y democráticamente computables, y confundir lo que hay (sin fin) y no se sabe con un ‘inconsciente’ que se sabe y es tan propiedad de uno como su conciencia.
En tanto que el psicoanálisis, para llevarse a cabo, necesita de una base “real” para hacer partir su crítica, su análisis: ¿es, en tanto herramienta médica, un atentado contra lo que tenemos de pueblo o puede ser un instrumento para “dejarse hablar”?
De la realidad se parte siempre (hemos nacido en una cárcel); esto es: hemos venido a conciencia en medio de la falsedad), y sólo a partir de ahí se puede hacer algo, o bien para confirmarla y curar sus desgarraduras o bien descubriendo sencillamente que la realidad (y la de uno) era mentira y dejando que eso hace lo uno y lo otro, unas veces lo uno, otras lo otro; sólo que eso no es nada especial del psicoanálisis, sino muestra de lo que hace la lengua o razón común, que, de un lado, por medio del vocabulario de los idiomas, hace ser las cosas, constituye la realidad, y, de otro lado, la desmiente, descubre su falsificación constitutiva. En ese juego estamos y nos debatimos.
Su obra nos encomia a evitar la Realidad o en todo caso a no asumirla como lo que se quiere que se asuma cuando decimos “realidad”, ¿cómo se comporta esta invitación en el sujeto? ¿Cómo el sujeto debe evitar la “realidad”? Y en ese mismo sentido, ¿el psicoanálisis se convierte en una herramienta del poder para cohibir al sujeto, para amedrentarlo?
La propia oposición de ‘sujeto’ con ‘objeto’ es meramente filosófica, uno de los grandes trampantojos que intentan defender la realidad, salvarla del descubrimiento de su mentira: las cosas son “sujetos” en cuanto que cada una de ellas trata de mantener su ser la que es en contra de la caída en la verdad que la arrebata; los “sujetos” (por ejemplo, hombres) no son más que un caso de cosas, que, por sus medios peculiares (por ejemplo, ordenación de imperios, teorías físicas, religiones), trata, lo mismo, de defenderse de la caída de su ser quienes son en la verdad sin fin, desconocida. Corolario de eso es que uno ni se salva (más que en el engaño, la fe, el futuro, o sea lo que no hay de veras) ni puede ser libre más que liberándose de sí mismo, de su persona y realidad. Otra cosa soy YO, que no soy nadie ni nada, ni objeto, ni sujeto, y así, al no ser real ni condenado a muerte, no me tengo que salvar de nada. Claro que, si, en vez de MÍ, dices ‘el Yo’, ya estamos otra vez en la realidad.
¿Debemos decir NO al psicoanálisis?
Según lo recordado en ‘2’ –la segunda respuesta-, el psicoanálisis lo mismo puede volverse psiquiátrico, sanador de la locura, reintegrador al orden, que ser de veras un psicoanálisis o ‘disolución del alma (el Yo)’, dar en cierto modo razón a la locura (como reveladora, en el caso particular, de la locura general del Orden), y lanzarse a descubrir la mentira de la realidad, general y personal, pase lo que pase y caiga quien caiga. No puedo ponerme riguroso en el rechazo del psicoanálisis realista y reintegrador, no yo sólo porque no sea cosa de negarles el pan a los psicoanalistas curadores, sino que su operación, como la de cualesquiera médicos, pueden ayudar a mucha gente a ir tirando, limpiándoles de dolencias o manías que no tienen por qué ser reveladoras, sino acaso estorbos, ya que la desgracia es igual de mala que la felicidad para hacer al ser aferrarse a sí mismo, a su realidad, futuro y muerte. Lo que importa es no confundir lo que hace tu mano derecha con lo que pueda hacer tu izquierda: que la psiquiatría no sirva para estorbar la operación psicoanalítica: no, eso no: porque al fin, fuera de las cuestiones personales, y al fin económicas, de enfermedad o higiene, el descubrimiento es la fuente de verdadera salud y alegría para quien sea.
Quizá no tenga mucha idea del problema que le voy a plantear, pero es una pregunta personal, ya para terminar, que puede interesarnos mucho a los mexicanos. En épocas recientes, de los años ’50 para acá, el México intelectual –que es uno y perfectamente diferenciable del resto de Méxicos- ha sentido una inquietud sumamente curiosa sobre la identidad de lo mexicano. Ha habido propuestas como las de Octavio Paz (Laberinto de la soledad) o la de Roger Baratra (La jaula de la melancolía) que proponen esbozos más o menos metódicos de la definición de la identidad de lo mexicano y sin duda gran parte de América Latina se haya cruzada por la pregunta del ¿qué soy? Porque nos encontramos a medio camino del indígena y el español, y de pronto sabemos –aunque algunos se decanten por emular al uno o al otro-, que no somos ninguna de éstas cosas. El mestizo se encuentra en una época sin historia y quiere labrarse una, quiere formar una identidad. México se haya en este punto de inflexión de dónde no hay retorno y pretende seguir labrando, junto a sus grandes figuras centralistas –Juárez, Díaz, Cárdenas, etc.- un estado cada vez más poderoso basado en la nobleza histórica de su pasado. ¿Qué puede sugerir, si una voz como la mía –mexicana-, no sólo le autorizara, sino le pidiera, su punto de vista en contraste con el Estado Español?
Ciertamente, no conozco bien el debate de México (o los Méxicos, como dices) en busca de su identidad; pero te confieso que tampoco deseo mucho conocerlo: lo mismo que la cuestión de ‘España’ y las disputas de políticos y filosofantes en los Medios, se me queda cada vez más aburrida, y odiosa también, como que contribuye poderosamente a distraer y estorbar que la guerra se juegue donde se deber: esto es, contra el Estado sin más, dondequiera que aparezca imponiendo su futuro (administrando muerte) sobre gente que podía tal vez vivir, sin futuro, si la dejaran algo suelta. Por cierto que, bajo la forma de Régimen que hoy nos toca padecer, el Estado ha venido a idéntico con el Capital: ni hay un Ministro del Poder, de cualquier color que sea, que pueda incluir en su programa político un NO al Automóvil, a la TV, a la Empresa, al Progreso, al Futuro, a la reducción de las cosas, tierra y gente, a dinero y movimiento de dinero, y en cuanto a los rebeldes… apenas si en aquello de la gente de Chiapas apuntaba un NO en tan sentido y aun ahí domesticado ya al dar al régimen su nombre de ‘neoliberalismo’, en vez de decir a la llana “No al Dinero, No al futuro.” Claro que ese decir NO es una política no realista, y, como para tener algún existo, hay que ajustarse a la realidad… Cuando este Régimen se estaba estableciendo con pleno descaro por los años ’60 del pasado siglo, hubo por las escuelas del mundo, Norteamérica, Japón, Europa, un levantamiento de gente menos formada que sentía lo que se nos venía encima y acertaba a veces a denunciarlo; yo mismo puedo decir que vivo de ese levantamiento desde hace 40 años; y he echado de menos en tu carta, que al citar los casos vistos de administración de muerte por el Estado, no te hayas acordado (seguro que no lo viviste) de aquel brote de rebelión del ’65 al ’68 no terminó con el Mayo francés, sino con una matanza de estudiantes en la plaza de México a fusiladas de las fuerzas del Orden en Octubre de 1968.[1] En fin, que se ataque a ‘EEUU’ (o a ‘España’ mismo) como realización eximia del ideal o Régimen del Dinero, pero que no sea en nombre de México (o de Cataluña), para que su propio ideal de identidad repita la misma Historia; que sea siempre por el pueblo-que-no-existe contra el Poder que mata las posibilidades.
[1] Nota aclaratoria del entrevistador: Es muy cierto que no mencioné el suceso de Tlatelolco en el brevísimo resumen de la historia mexicana que le adjunte en la carta de la entrevista, y me disculpo por ello, obviamente no lo olvidé, debo confesar que lo deje pasar porque me concentré más en un período de la historia mexicana un poco más antiguo, desde mediados del s. XIX –con Juárez- hasta la revolución mexicana.
Por Alejandro Vázquez Ortiz
en Revista Carta Psicoanalítica, nº 10 Mayo 2007